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La victoria del redimido pantano

Por Reynaldo González Villalonga
Abril/2005

La felicidad inundaba los corazones de aquellos seres preteridos por siglos, en el lugar más apartado e inhóspito de la geografía cubana. Había llegado la hora de su redención. Un ejército de barbudos, venidos de la Sierra y con el Barbudo Mayor al frente, bajaron a la Ciénaga para poner las cosas en su lugar, por siempre y para siempre.

Monedas bien ganadas con trabajo honrado, caían como del cielo en las carboneras manos. Donde antes no existía nada, surgieron nuevos poblados. Se abrieron carreteras para dejar atrás el pretérito trencito de vía estrecha. Un manojo de escuelas inauguraron el saber para los olvidados de siempre.

Y cuando la obra de la Revolución se multiplicaba como en un milagro nunca antes visto, llegaron ellos, venidos del Norte revuelto y brutal que nos desprecia. Desembarcaron con su mensaje de sangre y de muerte. En cada pisada de su bota invasora dejaron una huella de luto y dolor por doquier.

Pero tenían su tiempo medido. Cada hora que transcurría era un espacio menos que ocupaban en el suelo usurpado. El tronar de las armas del pueblo uniformado impusieron su cadencia y se hicieron sentir sobre los mercenarios invasores, aquellos que pretendieron recobrar lo que antes robaron y ahora está en manos de su legítimo dueño.

Cobardes y huidizos, como sus amos protectores, algunos pudieron regresar a los buques-madre que en mala hora los trajeron. Otros no pudieron y fueron prisioneros de los hombres de verde olivo y azul celeste. Triste final, porque los cambiamos por compota.

Luego de tan humillante derrota, la primera del imperialismo yanqui en las Américas, la obra restauradora de la Revolución se hizo sentir con mayor fuerza. Desde Maniadero hasta Cocodrilo, de Playa Larga a Playa Girón, de Cayo Ramona a El Helechal, de uno a otro confín del redimido pantano, creció la esperanza en cada nueva realización y a 44 años de aquella memorable gesta, la Ciénaga de Zapata marcha adelante en aras del Plan Turquino-Manatí, con la seguridad plena de que su futuro está seguro y en buenas manos.

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