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Cumaná.

Cumaná.

Por Andy Duardo Martín

Nueva Paz, Mayabeque, Cuba - Para hablar con Cumaná hay que enrumbar monte adentro. El pequeño camino se abre paso entre la espesa vegetación, la más abundante de toda la existe en la provincia de Mayabeque. Ese es un aspecto distintivo de Nueva Paz, municipio que colinda con la hermana provincia de Matanzas y el Golfo de Batabanó. Una municipalidad dadora de mujeres y hombres que se  saben conocedores de todos los secretos para una buena elaboración de carbón.

Cercanos al medio día, el trayecto hacia la recién declarada mejor Unidad Silvícola de la provincia,  proporciona un entorno donde el intenso Sol y la humedad del suelo generan un ambiente caluroso y húmedo, propio de estas zonas boscosas del Sur mayabequino.

Ya habituados al sonio del aire al batir las ramas de los árboles y a ese canto particular de las aves que habitan en la zona, el caprichoso monte abrió espacio a una explanada. Hacia el fondo, justo donde continúa la floresta, estaba Pablo Cumaná, miraba el alto horno, como quien tiene la seguridad de que todo esfuerzo fue válido.

Entre el humo característico de la gran hoguera  y el olor propio y penetrante que  envía la leña al aire mientras se quema, nos acercamos al protagonista de esta historia, hombre sencillo, de rostro y manos endurecidos por el tiempo, huellas que van  cimentando la estirpe del carbonero.

Después del habitual saludo Cumaná comenzó  a construir con palabras sencillas, pero precisas, los argumentos fundamentales de esta crónica. “Hace varias noches que estamos aquí, en vigilia, porque pasado mañana comenzamos a sacar carbón del horno”.

“Esta es la parte más fácil”, añadió Cumaná, mientras giraba su mirada hacia lo intrincado del monte. “Lo primero es cortar la leña, seleccionarla, pararla en forma de pirámide, aplicarle paja y tierra y después iniciar la quema, la cual, dice, puede durar varios días, en dependencia del tamaño del horno”.

“En esa etapa hay que vigilarlo día y noche porque puede surgir una boca  y perderse todo lo realizado. Se vuela el horno y se desvanece en candela. Realmente, a mi no me pasa, son cerca de 35 años en este oficio y le conozco hasta el más mínimo detalle”,  sonríe entonces como quien se sabe dueño de algo preciado: la experiencia, esa que se adquiere al paso de la vida.

 Pero el carbón que procesa Cumaná, no es cualquier carbón. Ellos tienen la responsabilidad de elaborar   el  que la Unidad Silvícola entrega  para su posterior exportación. La madera que más utilizan es la del Júcaro, de alta demanda en el mercado internacional.

 “Antes ni pensar en eso, quién diría que el carbón que hacemos  aquí en Nueva Paz se utiliza en otros países, eso nos alegra y por eso hacemos las cosas bien y no le perdemos ni pie ni pisada al horno, al menor de los ruidos ya estamos parados al lado de él, para ver qué pasa y si hay que curarlo, lo curamos”.

Al concluir el proceso de quema  comienza la extracción y el envase en sacos para su posterior traslado. Si está bueno, asegura este avezado carbonero, “cuando los trozos chocan unos con otros, deben sonar como si fueran cascabeles”.

Entre uno y otro argumento  el medio día cede, la tarde anuncia su llegada y “hay que almorzar y descansar un poco porque cuando el Sol afloje volveremos a revisar el horno”. 

No pude esperar ese momento, me hubiese gustado mirar a los ojos de Cumaná cuando de forma suave pasa la pala por sobre su pirámide, porque como el mismo dice “hay que cuidarlo como una mujer, para que te de hijos sanos y fuertes”.Y es que la sabiduría natural  es parte de este hombre que se aferra a las bondades de la naturaleza, que se deja atrapar por su dureza y encantos, para entregar bienestar a los demás.

Casi a punto del regreso y justo en la frontera entre la llanura y el espeso monte, tuve la posibilidad de intercambiar con algunos pobladores de la zona. Dice Ramiro, silvicultor de 82 años, que nunca hubiese imaginado lo que sucede cada atardecer, justo cuando el astro rey parece penetrar hacia el fondo de la tierra, una brisa se filtra entre la hojarasca y las ramas de los árboles, provocando un eco atrayente y místico que repite una y otra vez: Cumaná, Cumaná, Cumaná ....

 

 

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