Todas las flores para Aleida
Por Andy Duardo Martín
Dicen que aquel día del mes de febrero la ciudad de Güines, distante a unos 52 kilómetros de la capital cubana, se llenó de flores y banderas cubanas. El pueblo daba el último adiós a una joven que más allá del confort hogareño, se negó a ver con mirada contemplativa los desmanes del gobierno de turno.
Fue en mil 958, año de rebeldía que ya marcaba la irrenunciable decisión de los cubanos por reconquistar la independencia que antes nos habían arrebatado. Los jóvenes protagonizaban la epopeya, entre ellos Aleida Fernández Chardiet.
Como operadora de la Sección Internacional de la Cuban Telephone Company puso importantes informaciones a disposición de los revolucionarios que actuaban en la clandestinidad. A veces sus padres notaban su ausencia al amanecer del próximo día ella se justificaba diciéndoles: “…anoche tuve mucho trabajo mami pues doblé el turno de una compañera”.
Los esbirros de la tiranía de Fulgencio Batista no perdonaron su osadía. En la noche del 11 de febrero de mil 958, cuando viajaba en el auto de la familia rumbo a su puesto de labor, que bien podemos definir como puesto de combate, el vehículo fue súbitamente asaltado por la guardia rural, en áreas cercanas a San José de las Lajas.
Después de unos minutos, un minucioso registro y un largo interrogatorio, un traicionero disparo en la nuca derribó a Aleida sin vida.
Medio siglo después el pueblo güinero vuelve a agitar la bandera cubana. De flores volverá a llenarse el sepulcro de Aleida Fernández Chardiet como digno tributo a la rebeldía de una joven convertida en mártir.
Dicen que aquel día del mes de febrero la ciudad de Güines, distante a unos 52 kilómetros de la capital cubana, se llenó de flores y banderas cubanas. El pueblo daba el último adiós a una joven que más allá del confort hogareño, se negó a ver con mirada contemplativa los desmanes del gobierno de turno.
Fue en mil 958, año de rebeldía que ya marcaba la irrenunciable decisión de los cubanos por reconquistar la independencia que antes nos habían arrebatado. Los jóvenes protagonizaban la epopeya, entre ellos Aleida Fernández Chardiet.
Como operadora de la Sección Internacional de la Cuban Telephone Company puso importantes informaciones a disposición de los revolucionarios que actuaban en la clandestinidad. A veces sus padres notaban su ausencia al amanecer del próximo día ella se justificaba diciéndoles: “…anoche tuve mucho trabajo mami pues doblé el turno de una compañera”.
Los esbirros de la tiranía de Fulgencio Batista no perdonaron su osadía. En la noche del 11 de febrero de mil 958, cuando viajaba en el auto de la familia rumbo a su puesto de labor, que bien podemos definir como puesto de combate, el vehículo fue súbitamente asaltado por la guardia rural, en áreas cercanas a San José de las Lajas.
Después de unos minutos, un minucioso registro y un largo interrogatorio, un traicionero disparo en la nuca derribó a Aleida sin vida.
Medio siglo después el pueblo güinero vuelve a agitar la bandera cubana. De flores volverá a llenarse el sepulcro de Aleida Fernández Chardiet como digno tributo a la rebeldía de una joven convertida en mártir.
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