Exenta de casualidades política de los gobiernos estadounidenses contra Haití
Por Andy Duardo Martín
Haití, aún sin restablecerse del devastador terremoto que la asoló, siente sobre sí la mirada de la Casa Blanca, como ningún otro país, Estados Unidos hace llegar su “ayuda” a esa empobrecida nación: soldados y buques de guerra van conformando un paisaje preocupante, muy a tono con tiempos que ya pasaron pero que Washington una y otra vez vuelve sobre ellos cuando se trata de países del área Latinoamericana y Caribeña.
Ya en 1986, gracias a un acuerdo entre los gobiernos de Estados Unidos y Francia, pudo abandonar impunemente Puerto Príncipe el dictador haitiano Jean-Claude Duvalier (Baby Doc), quien había sido derrocado por una revuelta popular.“Santificado” por la Casa Blanca, lo sustituyó un Consejo General de gobierno, en el que tenía un peso decisivo el sanguinario general Henry Namphy.
En 1987, para tratar de contener la intensa movilización popular que se desarrollaba, así como para “controlar” los resultados de las elecciones programadas para fines de ese año, las Fuerzas Armadas de Haití (FAH) –en particular, el batallón Leopardo, entrenado y equipado por Estados Unidos— y “escuadrones de la muerte” formados por los servicios de seguridad emprendieron diversos actos terroristas contra sectores de la población; entre ellos, la Masacre de Jean Rabel (en la que fueron ultimados más de mil campesinos) y el asesinato del líder del Movimiento Democrático para la Liberación de Haití, Louis-Eugène Athis.
No obstante, la Casa Blanca elogió a los altos mandos de las FAH por haber “liberalizado” el régimen, duplicó su ayuda financiera y envió asesores militares para entrenar al Ejército haitiano en acciones antimotines. También altos funcionarios estadounidenses se reunieron varias veces de manera secreta con el criminal general haitiano William Régala y el Pentágono envió diversas naves de guerra y 2 4000 marines a realizar “maniobras” frente a las costas de la isla caribeña.
Luego de la amañadas elecciones presidenciales, en 1988, en las que –en medio de un clima terrorista y luego de una negociación entre la Casa Blanca y los altos mandos de las FAH— resultó “electo” el antiguo duvalierista Leslei F. Manigat, el general Henri Namphy encabezó un cruento golpe de Estado que, hasta septiembre del propio año (fecha en que derrocado por “un grupo de sargentos”), derogó la Constitución aprobada por el masivo referéndum en 1987 y emprendió una brutal represión contra todas las fuerzas opositoras a su mandato.
Pese a las demandas de estas y de diversos congresistas liberales norteamericanos, la Casa Blanca rechazó toda posibilidad de intervenir unilateral o “colectivamente” (a través de la OEA o de la OECO) en “los asuntos internos” de Haití; por el contrario, admitió la constante violación por parte del gobierno de República Dominicana del bloqueo económico contra la nueva dictadura haitiana y reprimió a las oleadas de “emigrantes económicos” que –huyendo de la represión— se dirigían hacia Estados Unidos.
Ya en 1989 el recién electo Presidente estadounidense George H. Bush (1989-1993) aceptó las promesas del millonario general duvalierista Prósper Avril (quien había manipulado “el golpe de Estado de los sargentos” del año precedente) de emprender un proceso de “democratización irreversible” en Haití. Pese a esas promesas –con el silencio cómplice de la Casa Blanca— Avril, luego de derrotar un intento de golpe de Estado del batallón Leopardo, continuó reprimiendo el movimiento popular.
Las falacias de ese compromiso “panamericano” con la “democracia representativa” rápidamente se demostraron en [[Category:Haití|Haití], donde los sectores más reaccionarios emprendieron un sangriento golpe de Estado contra el recién electo Presidente constitucional Jean-Bertrand Aristide. Asumió el gobierno el Teniente General duvalierista Raúl Cedrás (1991-1994), quien de inmediato emprendió una sangrienta represión contra la generalizada repulsa popular y, en particular, contra los partidarios de Aristide.
Según las indagaciones históricas, aunque la Casa Blanca lamentó “el derrocamiento de un gobierno constitucional electo democráticamente”, pronto comenzó a “enviar señales confusas” que disociaban “el retorno a la democracia” del regreso de Aristide de su exilio venezolano; lo que alentó a los golpistas a mantenerse en el poder, así como a continuar sus crímenes y latrocinios, incluida su estrecha vinculación con el tráfico de drogas, sobre todo porque con extrema displicencia la administración Bush dejó en manos de la OEA la solución del “problema haitiano”.
Ahora, en pleno siglo 21, cuando los haitianos necesitan alimentos y otros recursos ante la cruel realidad de un devastado país, el gobierno de Barack Obama organiza una operación “humanitaria” en la que se involucran el Departamento de Estado, el Departamento de Defensa y la Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés). A la USAID se le ha encomendado también canalizar la ayuda alimentaria hacia Haití í que distribuye el Programa Alimentario Mundial.
Sin embargo, el componente militar de la misión estadounidense tiende a eclipsar las funciones civiles de rescatar a una población desesperada y empobrecida. No son las agencias gubernamentales civiles, como FEMA o USAID quienes están dirigiendo a operación humanitaria global, sino el Pentágono. Y la decisión de llevarla a cabo ha recaído en el Comando Sur de EEUU.
Se está contemplando un despliegue masivo de personal militar. El Presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, el Almirante Mike Mullen, ha confirmado que EEUU envió de nueve a diez mil soldados a Haití, incluyendo 2.000 marines (American Forces Press Service).
El portaaviones USS Carl Vinson y sus buques de apoyo están en Puerto Príncipe. La Unidad Anfibia de la Marina, con 2.000 efectivos, así como los soldados de la 82 División Aerotransportada del Ejército de EEUU.
¿Qué hay detrás de los esfuerzos uniformados de la Casa Blanca?... la historia de los últimos 25 años deja clara una respuesta: Haití siempre ha sido deseada por su posición geográfica por las sucesivas administraciones del imperio. Se trata de un enclave ideal para fortalecer su dominio en el área del Caribe.
Lamentablemente Barack Obama enrumba hace rato sobre las huellas que han dejado sus antecesores presidenciales. Aquellos que dieron su voto al primer presidente negro de los Estados Unidos quedarán perplejos si al final, como todo parece indicar, tras la ayuda humanitaria, se parapetan viejas intensiones de convertir a Haití en apéndice de la política agresiva y fascista del imperio.
Haití, aún sin restablecerse del devastador terremoto que la asoló, siente sobre sí la mirada de la Casa Blanca, como ningún otro país, Estados Unidos hace llegar su “ayuda” a esa empobrecida nación: soldados y buques de guerra van conformando un paisaje preocupante, muy a tono con tiempos que ya pasaron pero que Washington una y otra vez vuelve sobre ellos cuando se trata de países del área Latinoamericana y Caribeña.
Ya en 1986, gracias a un acuerdo entre los gobiernos de Estados Unidos y Francia, pudo abandonar impunemente Puerto Príncipe el dictador haitiano Jean-Claude Duvalier (Baby Doc), quien había sido derrocado por una revuelta popular.“Santificado” por la Casa Blanca, lo sustituyó un Consejo General de gobierno, en el que tenía un peso decisivo el sanguinario general Henry Namphy.
En 1987, para tratar de contener la intensa movilización popular que se desarrollaba, así como para “controlar” los resultados de las elecciones programadas para fines de ese año, las Fuerzas Armadas de Haití (FAH) –en particular, el batallón Leopardo, entrenado y equipado por Estados Unidos— y “escuadrones de la muerte” formados por los servicios de seguridad emprendieron diversos actos terroristas contra sectores de la población; entre ellos, la Masacre de Jean Rabel (en la que fueron ultimados más de mil campesinos) y el asesinato del líder del Movimiento Democrático para la Liberación de Haití, Louis-Eugène Athis.
No obstante, la Casa Blanca elogió a los altos mandos de las FAH por haber “liberalizado” el régimen, duplicó su ayuda financiera y envió asesores militares para entrenar al Ejército haitiano en acciones antimotines. También altos funcionarios estadounidenses se reunieron varias veces de manera secreta con el criminal general haitiano William Régala y el Pentágono envió diversas naves de guerra y 2 4000 marines a realizar “maniobras” frente a las costas de la isla caribeña.
Luego de la amañadas elecciones presidenciales, en 1988, en las que –en medio de un clima terrorista y luego de una negociación entre la Casa Blanca y los altos mandos de las FAH— resultó “electo” el antiguo duvalierista Leslei F. Manigat, el general Henri Namphy encabezó un cruento golpe de Estado que, hasta septiembre del propio año (fecha en que derrocado por “un grupo de sargentos”), derogó la Constitución aprobada por el masivo referéndum en 1987 y emprendió una brutal represión contra todas las fuerzas opositoras a su mandato.
Pese a las demandas de estas y de diversos congresistas liberales norteamericanos, la Casa Blanca rechazó toda posibilidad de intervenir unilateral o “colectivamente” (a través de la OEA o de la OECO) en “los asuntos internos” de Haití; por el contrario, admitió la constante violación por parte del gobierno de República Dominicana del bloqueo económico contra la nueva dictadura haitiana y reprimió a las oleadas de “emigrantes económicos” que –huyendo de la represión— se dirigían hacia Estados Unidos.
Ya en 1989 el recién electo Presidente estadounidense George H. Bush (1989-1993) aceptó las promesas del millonario general duvalierista Prósper Avril (quien había manipulado “el golpe de Estado de los sargentos” del año precedente) de emprender un proceso de “democratización irreversible” en Haití. Pese a esas promesas –con el silencio cómplice de la Casa Blanca— Avril, luego de derrotar un intento de golpe de Estado del batallón Leopardo, continuó reprimiendo el movimiento popular.
Las falacias de ese compromiso “panamericano” con la “democracia representativa” rápidamente se demostraron en [[Category:Haití|Haití], donde los sectores más reaccionarios emprendieron un sangriento golpe de Estado contra el recién electo Presidente constitucional Jean-Bertrand Aristide. Asumió el gobierno el Teniente General duvalierista Raúl Cedrás (1991-1994), quien de inmediato emprendió una sangrienta represión contra la generalizada repulsa popular y, en particular, contra los partidarios de Aristide.
Según las indagaciones históricas, aunque la Casa Blanca lamentó “el derrocamiento de un gobierno constitucional electo democráticamente”, pronto comenzó a “enviar señales confusas” que disociaban “el retorno a la democracia” del regreso de Aristide de su exilio venezolano; lo que alentó a los golpistas a mantenerse en el poder, así como a continuar sus crímenes y latrocinios, incluida su estrecha vinculación con el tráfico de drogas, sobre todo porque con extrema displicencia la administración Bush dejó en manos de la OEA la solución del “problema haitiano”.
Ahora, en pleno siglo 21, cuando los haitianos necesitan alimentos y otros recursos ante la cruel realidad de un devastado país, el gobierno de Barack Obama organiza una operación “humanitaria” en la que se involucran el Departamento de Estado, el Departamento de Defensa y la Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés). A la USAID se le ha encomendado también canalizar la ayuda alimentaria hacia Haití í que distribuye el Programa Alimentario Mundial.
Sin embargo, el componente militar de la misión estadounidense tiende a eclipsar las funciones civiles de rescatar a una población desesperada y empobrecida. No son las agencias gubernamentales civiles, como FEMA o USAID quienes están dirigiendo a operación humanitaria global, sino el Pentágono. Y la decisión de llevarla a cabo ha recaído en el Comando Sur de EEUU.
Se está contemplando un despliegue masivo de personal militar. El Presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, el Almirante Mike Mullen, ha confirmado que EEUU envió de nueve a diez mil soldados a Haití, incluyendo 2.000 marines (American Forces Press Service).
El portaaviones USS Carl Vinson y sus buques de apoyo están en Puerto Príncipe. La Unidad Anfibia de la Marina, con 2.000 efectivos, así como los soldados de la 82 División Aerotransportada del Ejército de EEUU.
¿Qué hay detrás de los esfuerzos uniformados de la Casa Blanca?... la historia de los últimos 25 años deja clara una respuesta: Haití siempre ha sido deseada por su posición geográfica por las sucesivas administraciones del imperio. Se trata de un enclave ideal para fortalecer su dominio en el área del Caribe.
Lamentablemente Barack Obama enrumba hace rato sobre las huellas que han dejado sus antecesores presidenciales. Aquellos que dieron su voto al primer presidente negro de los Estados Unidos quedarán perplejos si al final, como todo parece indicar, tras la ayuda humanitaria, se parapetan viejas intensiones de convertir a Haití en apéndice de la política agresiva y fascista del imperio.
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