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Porque creemos en la justeza de nuestra causa

Porque creemos en la justeza de nuestra causa Por Andy Duardo Martín

Septiembre de dos mil siete. Ciento sesenta y dos período de sesiones de la Asamblea de la Organización de Naciones Unidas. En su carácter de presidente del país sede de la ONU, George W. Bush pronuncia el primer discurso: amenazante, hegemónico, carente de profesionalismo, profundamente desinformado.

Entre otros argumentos escuálidos solicita la realización de elecciones libres en Cuba. Desconoce que desde el primero de septiembre los cubanos vivimos otro proceso electoral único y profundamente democrático, pero Bush lo obvia, no quiere saber nada de este pueblo y sus líderes, no soporta y va contra sus principios el carácter límpido y popular de nuestras elecciones.

¡Quien no quiere caldo…tres tasas!, sabio refrán que este 21 de octubre golpeará una y otra vez en el rostro del imperio y su César. Tal y como usted lo solicitó en la ONU, Señor Bush, los que habitamos en este verde caimán, saldremos nuevamente a las calles para libres y unidos seleccionar a nuestros representantes a las Asambleas Municipales del Poder Popular.

Lo haremos a pura voluntad, conscientes de que las recetas a la usanza de la Casa Blanca visten traje fraudulento. Los países que ejercen la hegemonía, los que tienen el poder económico, los principales beneficiarios de la globalización usan una retórica que cada vez es completamente hueca, antítesis, como dijera Fidel en su más reciente reflexión, de la verdadera democracia.

Aquí, a escasas millas de donde prevalece la mayor autocracia del mundo, haremos uso del derecho al voto porque creemos en la justeza de nuestra causa, porque somos libres de elegir, porque somos un pueblo de una capacidad decisiva probada, porque nos negamos a someternos a la voluntad inescrupulosa y decadente de una potencia extranjera.

Hoy, hasta en el más apartado punto de la geografía cubana, las personas mayores de 16 años seleccionarán a sus representantes. Quienes resulten electos tendrán que rendir cuenta de sus funciones al pueblo, el mismo que ante cualquier endebles también tiene el derecho de revocarlos.

Avergonzados, así se sintieron muchos estadounidenses tras el discurso de su presidente en la ONU. Fue el pasado septiembre, el mismo mes en que esa nación recuerda a las víctimas del atentado a las Torres Gemelas. Pero Bush no respeta el dolor de su pueblo y anda de fisgón por el mundo vanagloriándose de un sistema electoral carente y antipopular.

Increíble, no se da cuenta que se hunde en su propio descrédito. Él y su camarilla asumen como positivo los bajos porcentajes de concurrencia a las urnas que tipifican las elecciones en ese país. Dicen que el voto es libre, y por tanto los ciudadanos optan por el derecho de no participar. Magno reconocimiento a la falsedad de un sistema que da la espalda a la verdadera democracia para dar cabida a la politiquería, el robo, la explotación, en fin, el desgobierno.

Esa es historia pasada para los cubanos. Aquí las elecciones son expresión de la voluntad popular. Hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, poseen pleno derecho a elegir y ser elegidos, a ir a las urnas y entregar su voto al que consideren con mayor capacidad y mérito, excepcional y singular acto que nace en los barrios para convertirse en paradigma universal.

Por eso, volveremos a salir este domingo a las calles. Ante las urnas demostraremos que somos un pueblo firme, que amamos y defendemos la soberanía, y al que nadie, absolutamente nadie puede agraviar con imprudentes discursos.

“Elecciones libres en Cuba”, así lo solicitó el perturbado Bush el pasado septiembre en la ONU. La petición no resulta novedosa a los cubanos. Hace casi medio siglo elegimos nuestro destino. Lo demostraremos este domingo cuando con nuestro voto ratifiquemos que somos independientes y soberanos.



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