A pura brazada
Por Andy Duardo Martín
La imágenes fueron muy breves, la alegría inmensa. El anuncio de que Rafael Castillo ganó la medalla de oro en los 100 metros espalda de la natación parapanamericana llenó de júbilo a sus vecinos de Pedrín Troya, un humilde poblado rural del municipio habanero de San Nicolás.
No había pronóstico, sólo bracear y bracear, llegar a la meta. Lo hizo tan bien que hasta Chaac, el Dios Maya del agua, sintió celos de un hombre que juró seguir adelante a pesar de los golpes que depara la vida.
Aún recuerdo aquellas jornadas en que Rafael permanecía atado al silencio. La pérdida de la mano y el pie izquierdos lo sumieron en un profundo letargo. Momentos de angustias que se apretaban contra en el pecho, lágrimas que solo confió a la soledad.
Mucha historia para tan pocas imágenes, es verdad. Pero ahí estabas, nada perturbó tus sueños: ni la delirante torcida brasileña apoyando a los suyos, ni el favoritismo del afamado argentino. Lo presentí desde la serenidad de tu pose, la primera medalla de Cuba en la cita había que arrancártela a pura brazada.
Pensé entonces en aquel domingo de enero cuando llegaste a la piscina de la escuela comunitaria José Luis García de tu pueblo natal. Andabas sujeto a una silla de ruedas y fue imposible evitar la nostalgia. Con la mirada rozaste la superficie del agua y contuviste ese deseo inmenso de lanzarte y nadar, nadar como antes.
Parque Acuático de Río de Janeiro, otro escenario, los mismos sueños. Sonido que marca el inicio. El agua se encrespa, la competencia, reñida. Brazada a brazada cae el mito, nada es imposible. La entrega es total en los metros finales. Rafael extiende su único brazo, toca el muro, la pizarra se ilumina, también su rostro, nunca pensó que fuera posible.
Un minuto con treinta segundos y 15 centésimas, suficientes para que la vida premiara su esfuerzo. Para Cuba la primera medalla de oro en la cita. Sobre el pecho de Rafael el premio a la tenacidad y a la voluntad de un joven en fecha que inspira, la del 13 de agosto.
Por eso dedicó la victoria a un hombre imprescindible. A Fidel que, desde la altura de sus 81 años, sigue siendo el alma misma del deporte cubano.
La hazaña no termina. El protagonista de esta historia volverá hacer lo que siempre anheló, nadar. Mañana, en el Parque Acuático de Río retornará a la piscina, lo hará como lo que es, un gran campeón, porque supo volver a empezar y triunfar.
La imágenes fueron muy breves, la alegría inmensa. El anuncio de que Rafael Castillo ganó la medalla de oro en los 100 metros espalda de la natación parapanamericana llenó de júbilo a sus vecinos de Pedrín Troya, un humilde poblado rural del municipio habanero de San Nicolás.
No había pronóstico, sólo bracear y bracear, llegar a la meta. Lo hizo tan bien que hasta Chaac, el Dios Maya del agua, sintió celos de un hombre que juró seguir adelante a pesar de los golpes que depara la vida.
Aún recuerdo aquellas jornadas en que Rafael permanecía atado al silencio. La pérdida de la mano y el pie izquierdos lo sumieron en un profundo letargo. Momentos de angustias que se apretaban contra en el pecho, lágrimas que solo confió a la soledad.
Mucha historia para tan pocas imágenes, es verdad. Pero ahí estabas, nada perturbó tus sueños: ni la delirante torcida brasileña apoyando a los suyos, ni el favoritismo del afamado argentino. Lo presentí desde la serenidad de tu pose, la primera medalla de Cuba en la cita había que arrancártela a pura brazada.
Pensé entonces en aquel domingo de enero cuando llegaste a la piscina de la escuela comunitaria José Luis García de tu pueblo natal. Andabas sujeto a una silla de ruedas y fue imposible evitar la nostalgia. Con la mirada rozaste la superficie del agua y contuviste ese deseo inmenso de lanzarte y nadar, nadar como antes.
Parque Acuático de Río de Janeiro, otro escenario, los mismos sueños. Sonido que marca el inicio. El agua se encrespa, la competencia, reñida. Brazada a brazada cae el mito, nada es imposible. La entrega es total en los metros finales. Rafael extiende su único brazo, toca el muro, la pizarra se ilumina, también su rostro, nunca pensó que fuera posible.
Un minuto con treinta segundos y 15 centésimas, suficientes para que la vida premiara su esfuerzo. Para Cuba la primera medalla de oro en la cita. Sobre el pecho de Rafael el premio a la tenacidad y a la voluntad de un joven en fecha que inspira, la del 13 de agosto.
Por eso dedicó la victoria a un hombre imprescindible. A Fidel que, desde la altura de sus 81 años, sigue siendo el alma misma del deporte cubano.
La hazaña no termina. El protagonista de esta historia volverá hacer lo que siempre anheló, nadar. Mañana, en el Parque Acuático de Río retornará a la piscina, lo hará como lo que es, un gran campeón, porque supo volver a empezar y triunfar.
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