El bloqueo a Cuba y los sucesores de Kafka
La editorial catalana Lacre, perteneciente al Grupo Editorial Áltera, se ha propuesto publicar mi novela “La condición del espejo”, en su colección “Maestros de la novela histórica”. Le prodiga elogios, pero como la dura realidad económica española ha deprimido tanto el mercado editorial, —y por demás yo no soy autor que venda apenas con el nombre (como un Coelho o un Vargas Llosa)—, deberé involucrarme en la coedición mediante la compra adelantada de varios ejemplares.
Yo antes había publicado dos novelas en España sin necesidad de desdoblarme en inversor, pero luego de la Crisis Financiera de 2008 provocada por el colapso de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, se produjo un efecto dominó cuya última ficha cayó sobre la gente. Como se sabe, esta fue provocada por los bancos, pero el conocido rescate no alcanzó para todo el mundo —en realidad fue realizado a cuenta de todo el mundo—; de modo que hoy los bancos gozan de buena salud y el mercado editorial está muy enfermo.
Por ejemplo, antes las bibliotecas españolas contaban con generosos presupuestos para la adquisición de libros; pero si para 2012 ese país anunciaba un recorte en Educación de 3 mil millones de euros; y si entendemos que quienes fueron desahuciados o permanecen en el paro no tendrán para gastar en literatura; se comprenderá mejor por qué Lacre Ediciones se ve obligada a compartir riesgos.
Aun así, la propuesta no parece un mal negocio: en vez del 10 % habitual de regalía por las ventas, me ofrecen un 40 %, lo cual luce interesante. Yo, que antes de vivir de la novela y el cuento, sobre todo vivía de la cuenta (me formé y trabajé como economista), calculo que si todo fluyera con normalidad, con tales incentivos la inversión podría recuperarse fácilmente.
Tengo muchos amigos en Facebook, un número de ellos ha mostrado interés por adquirir mis obras, y para cubrir los costos no son tantos los libros que debería vender. Con mandar unos cuantos correos electrónicos, al tiempo de crear una página web y colocar en ella un botón de PayPal, recuperaría una parte. También en Internet proliferan compañías de comercio electrónico —para la venta de libros online, Amazon.com es la más adecuada.
Firmaría un contrato con Amazon.com —pago de servicios mediante— y, tras avisar a mis amigos, me sentaría a esperar por las transferencias bancarias. Desde luego, también puedo esperar que Lacre Ediciones liquide poco a poco sus inventarios y finalmente me pague. Ya se sabe, todo esto sería normal para cualquier persona en el mundo.
Quiero decir, normal excepto si soy cubano y vivo en Cuba. El gran obstáculo —insalvable obstáculo— es que por obra y gracia del Bloqueo Económico, Comercial y Financiero que los Estados Unidos imponen a Cuba, yo no puedo tener acceso a PayPal, ni firmar un contrato con Amazon.com.
Ni siquiera puedo abrir una cuenta bancaria en Los Estados Unidos —donde vive el mayor número de mis potenciales compradores—, como tampoco ningún banco norteamericano puede abrir cuentas corresponsales en instituciones bancarias cubanas. De hecho, a pesar que desde marzo último se autorizó el uso del dólar estadounidense en las transacciones internacionales de Cuba, todavía nuestro país no ha podido hacer depósitos ni realizar pagos en esa moneda.
Por otra parte, a pesar de que el sello editorial Lacre pertenece a un tercer país, y por tanto debería estar fuera de las sanciones norteamericanas; muy negras se las vería para transferirme el dinero. Los bancos del mundo están aterrorizados ante el riesgo que significa tratar de relacionarse con Cuba, pues en los últimos tiempos algunos han tenido que pagar escandalosas multas por esa causa. Baste recordar la de 8000 millones de dólares que hace apenas un año pagó el banco francés BNP Paribas.
Con interés leí la “Directiva presidencial de política: Normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba”, emitida hace pocos días por la Casa Blanca. En pleno arranque del texto se afirma: La política de Estados Unidos está diseñada para crear oportunidades económicas para el pueblo cubano; promover el respeto a los derechos humanos”.
Ante tal declaración, el mismísimo Franz Kafka se mostraría perplejo. Este maestro del absurdo tal vez se hubiera preguntado sí dicha directiva no estarían copiando de algún modo el espíritu de su novela El proceso. Al ver cómo alguien asegura crear oportunidades económicas, mientras las niega; y promover los derechos humanos, impidiendo la libertad de expresión, todo queda listo para que, como el personaje Josef K., yo de por válida una culpa que obviamente no tengo. (Tomado de Cubadebate)
0 comentarios